¿Qué dice la iglesia sobre… la paz y la guerra?
En base a documentos de la DSI observamos que:
330. La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se
reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía
despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia
(Is 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino
Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia,
han de llevar a cabo. El bien común del género humano se rige primariamente por
la ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del
tiempo, está cometido a continuos cambios; por eso la paz jamás es una cosa del
todo hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad
humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno
constante dominio de sí mismo y vigilancia por parte de la autoridad legítima.
Esto, sin embargo, no basta. Esta paz en la tierra no se
puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación
espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual.
Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y
pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en
orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, el cual
sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La paz sobre la tierra,
nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede
de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha
reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz, y,
reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género
humano, ha dado muerte al odio en su propia carne y, después del triunfo de su
resurrección, ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres.
Por lo cual, se llama insistentemente la atención de
todos los cristianos para que, viviendo con sinceridad en la caridad (Efe 4,
15), se unan con los hombres realmente pacíficos para implorar y establecer la
paz. Movidos por el mismo Espíritu, no podemos dejar de alabar a aquellos que,
renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios
de defensa, que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles,
con tal que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros
o de la sociedad.
(Gaudium et Spes, n. 78)
331. El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen
la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el
equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la
salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los
seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la
práctica asidua de la fraternidad. Es la "tranquilidad del orden"
(San Augustín, De Civ. Dei, IX.13.1). Es obra de la justicia y efecto de la
caridad.
(CIC, n. 2304)
332. Las injusticias, las desigualdades excesivas de
orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen
entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las
guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a
edificar la paz y evitar la guerra: En la medida en que los hombres son
pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de
guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el pecado, se
superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: "De sus
espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya
más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate" (GS, n.
78; cf. Is 2, 4).
(CIC, n. 2317)
333. Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no
combatientes, a los soldados heridos y a los prisioneros. Las acciones
deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales,
como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes. Una obediencia
ciega no basta para excusar a los que se someten a ella. Así, el exterminio de
un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenado como un
pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas decisiones
que ordenan genocidios.
(CIC, n. 2313)
"Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad , verdad, justicia, y solidaridad." Juan Pablo II (1920-2005)
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